Ejercicio y salud

Una de las claves del bienestar es enriquecer la vida con hábitos saludables.

Existe una clara evidencia de que el ejercicio reduce sustancialmente (incluso a la mitad) el riesgo de desarrollar enfermedad cardiovascular que es la principal causa de sufrimiento y muerte en nuestra sociedad. Igualmente tiene capacidad de mejorar la calidad de vida al reducir un amplio abanico de condiciones incapacitantes asociadas al envejecimiento, incluyendo el deterioro de la mente, las arritmias y los ictus.

Las complicaciones cardiovasculares inesperadas relacionadas con el deporte aunque escasas, tienen un gran impacto social, constituyen un problema y por tanto deben afrontarse. Debido a ello, las distintas sociedades científicas han elaborado guías y recomendaciones sobre cómo debe prescribirse el ejercicio y la intensidad deseable, así como qué tipo de exámenes o exploraciones son adecuados para prevenirlas.

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Estas guías y recomendaciones pretenden ser de utilidad social pero hay que saber aplicarlos juiciosamente para evitar el riesgo de “medicalizar” a la población o intimidarla a la hora de ejercer este saludable hábito.   El ejercicio es una herramienta sencilla y potente para mejorar cualquier nivel de riesgo cardiovascular, incluido el pronóstico de muchas personas que ya han sufrido un infarto de miocardio o padecen insuficiencia cardiaca.

Importancia de la edad en la evaluación cardiovascular del deportista

Hay que subrayar que la muerte súbita cardiaca relacionada con el deporte es relativamente rara y que sus causas son diferentes en función de la edad.

La mayoría de los casos en personas mayores de 35 años son por enfermedad coronaria / infarto de miocardio, a diferencia de las que aparecen en menores 35 años, donde la causa suele ser una enfermedad genética que afecta a la anatomía cardíaca y/ o provoca arritmias graves. Aunque se estima que 1/300 jóvenes pueden presentar desde el nacimiento anomalías estructurales o funcionales del corazón de base genética teóricamente susceptibles, la incidencia real de problemas graves es muchísimo más baja. Por ejemplo, se ha estimado que la posibilidad de un joven atleta estadounidense de sufrir una parada cardiaca practicando deporte es muchísimo más baja que morir por suicidio y unas 200 veces más infrecuente que por accidente de tráfico. La patología subyacente más frecuente de este grupo < 35 años es la miocardiopatía hipertrófica. Le siguen las anomalías congénitas del origen o trayecto de las arterias coronarias.

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Para evitar estos casos en < 35 años, la mayor parte de los pediatras en edad infantil y luego los médicos de asistencia primaria elaboran la historia clínica durante el desarrollo hasta ser adultos. En caso de hallazgos patológicos en cuanto a historia familiar, síntomas del sujeto, su exploración física o el ECG, suelen solicitar evaluaciones cardiológicas, que se aconsejan en los siguientes casos:

  • Historia familiar de cardiopatía en familiar cercano menor de 50 años.
  • Historia familiar de muerte súbita en familiar menor de 50 años
  • Pérdida de conocimiento no explicada, sobre todo si es de esfuerzo, o después del esfuerzo
  • Hallazgo previo de soplo cardiaco
  • Fatiga o sensación desproporcionada de falta de aire para el nivel de ejercicio realizado
  • Dolor torácico u opresión en relación con el ejercicio.
  • Hipertensión arterial
  • Historia personal de síntomas o hallazgos que aconsejaran en el pasado restricción física o examen cardiovascular.
  • Diagnostico previo familiar de miocardiopatía hipertrófica, dilatada o canalopatía
  • Hallazgos físicos compatibles con síndrome de Marfan
  • Debilidad de pulsos distales sugestivos de coartación de aorta
  • Asimetría en ambos brazos u otras anomalías durante la medición de la presión arterial

Para tratar de evitar estos problemas relacionados con el deporte en > 55 años, se pueden aplicar modelos clásicos de prevención cardiovascular en los reconocimientos cardiológicos:

  • Evaluar la exposición individual a los factores de riesgo cardiovascular mediante una historia clínica, exploración física y determinaciones analíticas. Reducir al mínimo el impacto que dichos factores pudieran tener en el futuro.
  • Discriminar si determinados síntomas pueden resultar sugestivos de una enfermedad subyacente. Posteriormente se deben realizar e interpretar técnicamente las pruebas complementarias que se consideren más adecuadas en función de la probabilidad de enfermedad que se haya establecido:   Las pruebas más habituales son ECG, ecocardiograma, y prueba de esfuerzo.
  • Si el sujeto padece una cardiopatía ya conocida se deberá evaluar y aconsejar sobre el tipo, la intensidad y la duración del ejercicio más recomendable para su caso.

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En resumen: el ejercicio es muy conveniente, las complicaciones cardiovasculares graves son relativamente raras y existen herramientas que aplicadas juiciosamente nos pueden ayudar a evitarlas.

Por Norberto Alonso Orcajo,

Cardiólogo, miembro de la Sección de Cardiopatía isquémica de la Sociedad Española de Cardiiología (SEC) y del Servicio de Cardiología de la Clínica Altollano de León.